30 agosto 2006

Feliz Navidad

Pues ya estamos otra vez por aquí. Un verano más que ha pasado y de regreso a la rutina. Supongo que esta es la semana de la depresión postvacacional. Hay que mirar adelante, pero antes de que El Corte Inglés nos recuerde que ya es Navidad -no será dentro de mucho-, echaré la vista atrás para recordar agosto. Un mes que comenzó con una visita fugaz a Peñíscola. Un lugar al que, la verdad, acudí con muchas reservas, ya que pensaba que sería un exponente del turismo irracional de los años 70. Acerté: apartamentos de tropecientas plantas, playas repletas, atascos y calor sofocante. Sin embargo, algo hace diferente a esta ciudad. Una parte elevada y enmurallada que alberga un pueblecito antiguo y lleno de encanto. Un lugar que vale la pena.

Más adelante, visité la costa de Gipuzkoa. Tal y como me habían dicho, Donostia es un aparador. Una ciudad pequeña volcada con el turismo. Edificios parisinos, vistas magníficas desde los montes que la rodean, un envidiable paseo marítimo y una playa sorprendente en una gran urbe. El casco antiguo, además, tiene una vida que le da un carácter propio. Y su gastronomía, totalmente recomendable. En su contra, me pareció muy cara. Debe ser el gen nosotros ya hemos dado. Pero Gipuzkoa no es sólo Donostia. Lugares como Hondarribia, Getaria, Pasai Donaibane, Zumaia o Zarautz son dignos de pasearse por ellos, disfrutar de su entorno y de su cultura propia. Porque esta claro que allí hay una cultura propia, es innegable. Desde su pasión vehemente por la traineras a su indescifrable lengua.

Por último, también he estado en la Costa Azul. Con un objetivo: ver el partido entre el Barcelona y el Sevilla de la Supercopa de Europa, en Mónaco. Mi filiación sevillista es más que conocida. Pero sólo pude lograr entradas en el fondo azulgrana. Eso no me impidió acudir al campo con la camiseta del mejor equipo del sur de España ni cantar el himno de El Centenario a todo pulmón una hora antes de que comenzara el choque. Lo hice porque el ambiente entre la gent blaugrana era excelente. Sin embargo, todo cambio cuando hicieron su aparición los Boixos Nois. Cuando llegaron, se pusieron en el centro de la grada, echando de su asiento a los que allí se habían sentado. Lanzaron bengalas, se encaramaron a las vallas, arrojaron objetos al campo y sobre la policía y los chavales de la organización que montaban el podio. Para colmo, agredieron a un aficionado culé cuyo único pecado era llevar una camiseta de la selección española. Le pegaron sin más, a unos diez metros de mi asiento, chillándole que estaba provocando. La policía tardó en llegar y cuando lo hizo, amenazaron al chaval de muerte y le dijeron que le estarían esperando en la puerta. Para quedarse a cuadros. Esta gentuza es la vergüenza del fútbol y ensuciaron el nombre del Barcelona en toda Europa.

Al margen de esto, gocé como nunca con el juego del Sevilla. ¡Qué partidazo! 0-3 y supercampeones. El viaje no sólo valió la pena por esto. Mónaco es una ciudad increible. Todo el mundo sabe que hay mucho glamour y riqueza. Pero hasta que no lo ves, no lo compruebas. Ferraris, Porsches, yates gigantescos, edificios que en las terrazas altas tienen jardines y piscinas... Fuimos al casino, donde vimos a gente que se apostaba ¡¡¡¡¡¡2000 euros!!!!!! como si fuera calderilla. Una pasada. Ciudades de la Costa Azul, como Niza, Cannes o Villefranque sur Mer son también muy bellas y sus calas envidiables. Pero claro, al lado del esplendor de Mónaco todo parece poco.